miércoles, 26 de abril de 2017

Mi planeta. Cincuenta años no son nada.

Mi planeta. Cincuenta años no son nada.

Corría el año 1967, cincuenta años de tiempo. Son mis primeros pasos reconocibles y reconocidos, vividos y añorados, por la sencillez en la que transcurrió la vida durante mi niñez.

Aunque tengo algunos recuerdos inconexos anteriores, destaca sobre todos ellos el fallecimiento de mi abuela Inocencia. Me remueven sentimientos de tristeza al pensar que fue la única de mis abuelos, que sobrevivió a la maldita guerra civil

 agaron caro la generación de mis padres los efectos de la contienda. Mi padre quedó huérfano con cuatro años y mi madre se quedó sin padre, al que no llegó a conocer. Quedó en la trinchera cuando ella tenía apenas unos meses de vida.

Semana Santa

Era un periodo que en mi memoria está asentado, sin nostalgia. La llegada de las vacaciones de la Semana Santa, significaban un paréntesis en la vida cotidiana de la gente. Las fincas vacías porque no se podía trabajar, Los dos bares cerrados por normativa. Y los pocos medios de comunicación existentes de la época, emitiendo música sacra todo el día. Eso el la vida de los niños no resultaba atractivo, precisamente.

Es difícil reconstruir un escenario que transmita un halo de felicidad infantil. Pero la capacidad del ser humano para sobreponerse a situaciones límite, es incalculable. Allí están enraizados los valores, prejuicios, creencias,... que han sostenido mi existencia hasta el presente.

A pesar de todo, al hurgar en mi descalabrada memoria, revivo con una sensación de bienestar, el programa, ―condicionado por las circunstancias―, que se llevaba a cabo en mi aldea. 
La ausencia de locales, para mantener las relaciones sociales. ―fundamentales en la vida rural―se solventaba con un permiso excepcional que se le otorgaba al lagar de sidra, organizando una espicha,―reunión de vecinos para catar el estado de fermentación de cada uno de los toneles o barricas―con lo que contacto cotidiano y cuasi familiar existente entre los aldeanos, continuaba. Es más diría yo que se fomentaba, La sidra siempre levanta el ánimo y el humor.

La chavaleria

Por lógica, los niños no podíamos entrar en el lagar, pero compartimos una de las grandes y maravillosas experiencias de vivir la naturaleza. Práctica, que yo fui repitiendo algunos años después.

El refranero

Marzo: Nialarzo―Nidos
Abril: Güeveril―Huevos
Mayo: Pajarayo―Nacen los pajaritos
.

Nuestro entretenimiento y competición, era la localización de nidos por toda la
extensión correspondiente a la pedanía. Ni que decir tiene, que quién descubría un nido,―nial―se convertía en padrino del mismo y asumía la responsabilidad de su estado.

Jamás podré olvidar el momento en el que M.A., me regaló el padrinazgo de mi primer “nial”, ―yo no di visto ninguno―, y estaba con cabreo de mil pares de narices.
Sin que nadie se enterase, me dijo donde había visto uno de los tropecientos que él localizó mira aquel es un "nial" de una pareja de tordos y queda lado de tu casa” .
La euforia se adueñó de mi. Durante cerca de dos meses estuve pendiente de la pareja de tordos.
Les puse al lado de nido pajas y hierbajos para que acabasen la construcción el nido. Después vigilaba como ponía y cuidaba la torda los huevos todos los días. Fue emocionante y didáctico.

El vacío

Cuando al llegar un día vi el primer pajarito salido del huevo, fue una experiencia única.

Experiencia que se convirtió en desilusión, cuando en poco tiempo nacieron todos, y empezaron a volar. Sentí que me habían robado algo. Pero, así es la vida, ilusiones, emociones..., pero también renuncias.

Son lecciones que por ser adquiridas con experiencia propia, no es que no  se olviden, es que forman parte de tu propia condición como persona.


Mi padre, un tiempo después, construyó un pequeño palomar y tuvimos una gran familia de palomas en el contorno de la casa.



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